Japón en la era que le toca vivir a Jigoro Kano, fundador del judo, atraviesa una de las reformas más importantes de su historia. La era Meiji (1868) trae consigo una europeización de la isla y cambia totalmente la cultura japonesa, llegando a desestimarse incluso las raíces de su tradición. Se abren al comercio exterior, aprenden nuevas costumbres e idiomas, y las antiguas artes marciales caen en desuso, también propiciada por una generalizada calma social. En 1871 se prohíbe llevar armas, poco a poco desaparece la clase samurái, y el bushido y las artes marciales son mal vistas, incluido el ju-jutsu, del que Kano extrae gran parte de su conocimiento gracias a maestros obstinados que se afanan por sobrevivir. En 1882 a la edad de 22 años, Jigoro Kano funda el Kodokan (casa donde se enseña el Do, el camino) y comienza a transmitir a sus 9 alumnos el camino de la flexibilidad, de la suavidad y de la obediencia, una vía que los hombres debían seguir a través de su práctica. La necesidad de transmitir los conocimientos, técnicas y movimientos de estos antiguos maestros, queda patente en uno de sus discípulos más aventajados, pero es entonces cuando al comprender el potencial de la E.F. del movimiento, y más a fondo la rectitud, la disciplina y la lealtad que un arte marcial transmite, le surge la necesidad de transformar el ju-jutsu; modificar, eliminar, suavizar y crear nuevas técnicas, pues no interesa acabar, derrotar o aniquilar al adversario, si no utilizar su propia fuerza en nuestro beneficio y con la máxima eficacia. Todo esto se puede hacer con el debido conocimiento del cuerpo, de la técnica, pero, ¿todo el conocimiento del cuerpo y todas las técnicas serán educativas? Dependerá del objetivo de la práctica, de la filosofía del arte marcial, del uso que hace el maestro de esos conocimientos y de cómo los transmite, del contexto al fin y al cabo. Entonces vuelvo a decir que la educación es potencialmente educativa, porque si como docentes, proponemos un juego en el que el compromiso motriz recae solamente en 6 de los 30 alumnos que tenemos, no va a ser educativo, primarán sentimientos de envidia, ansiedad, aburrimiento e impaciencia sobre los de diversión, relación social, compañerismo y un largo etcétera. Otra analogía del judo como actividad potencialmente muy educativa, es el compromiso de su creador para transmitir los conocimientos, no sólo con el fin de que mejoren sus alumnos, si no en beneficio del mundo (esta es otra característica de la educación) pues Kano aspiraba que sus enseñanzas impregnaran la vida de sus aprendices. Del principio anterior del judo podemos extraer la siguiente idea: todos los hombres nacemos con las mismas oportunidades, mientras unos permanecen en la ignorancia, otros se convierten en personas importantes y admiradas.
Rescatando la idea de Savater (1996) de que para ser un buen maestro hace falta ser optimista, me gustaría añadir que el optimismo no sólo influye en la forma de dar las clases, si no también en la percepción del alumno sobre la asignatura y sobre el docente. No es casualidad que los que consideremos mejores profesores, compartan un gran interés por que el educando aprenda el máximo y por la materia, incluso por el educando en sí.
Para acabar me gustaría citar una frase de Sánchez Bañuelos que dice que para que un aprendizaje sea significativo, tiene que ser útil, beneficioso y aportar algo nuevo para el alumno.
Estoy de acuedo contigo Luis, el judo es un deporte que va más allá del aprendizaje la la reproducción técnica de acciones. Según el judo de Kano, también se aprenden otras cosas como la de una vida saludable y la búsqueda del bien del conjunto tanto como el individuo.
ResponderEliminarAdemás, el judo de Kano trata de ser universal. Como la educación que cree Savater, intentando que se extienda entre la población, sino que todos los segmentos poblacionales sean ricos, pobres, jóvenes o ancianos, hombres o mujeres... puedan practicarlo. Esa es una de las virtudes y posibilidades educativas que tiene el judo.
Efectivamente, esa universalidad! gracias Samu
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